domingo, noviembre 12, 2006

El cartero del barrio 4

He aquí una historia entre lo real y lo ficticio. Ha sido presentada en el concurso literario de la localidad sevillana
Los Palacios y Villafranca de relato breve.
No creo que haya ninguna opción (en el 2005 fueron más de 400 relatos), pero como dicen los perdedores: lo importante es participar

Al menos espero que os guste y también espero vuestros comentarios. Un saludo

... como todas las mañanas me levanté temprano para ir a trabajar. Por entonces yo era un simple contratadillo, vamos el pobre desgraciado que le tocaba comerse todas las sustituciones por bajas, vacaciones o asuntos propios de los carteros fijos. Sin embargo, siendo que mi oficio vocacional realmente era la informática y que había estudiado, que no acabado todavía, la ingeniería, era de los más preparados de la plantilla.
Sí, se que resulta presuntuoso decirlo, pero era la verdad y ya que nuestro jefe no era una persona muy profusa en halagos, me los tenía que dar yo.

El otoño había llegado, pero en la costa aun no hacía nada de frío. La lluvia, con mayor intensidad en los primeros días de noviembre, era la única señal de la estación en curso. El horroroso mes de noviembre estaba allí y con él todas esas cantidades ingentes de cartas y sobre todo de impresos y revistas publicitarias de venta por catálogo...

Se veía que él no estaba bien. Sus ojos estaban más apagados que nunca, su rostro más cansado y deteriorado, su mirada lejana y su palabra inexistente. Mila, entonces de baja, le llamaba la voz, pues cada vez que hablaba, pese a hacerlo pocas veces, sonaba profunda y serena, típica de un programa de radio. Él era un muchacho, algo entradito en años, natural de Albacete y todavía, después de dos años entre nosotros, no nos quedaba claro porqué había elegido ese destino en la costa. Algunos comentaban que tenía amiga por tierras más al norte y que había elegido nuestro pueblo para estar a mitad de camino entre la familia y ella. Otros, los mal pensados, decían que quería dejar su pasado atrás, pero yo se que eso no era cierto, porque cada vez que podía volvía a visitar a su madre y amigos, allí en Albacete.
Sus andares eran siempre tranquilos, pero el barrio lo acababa al día, como el que más. No solía tener ningún fallo y la gente a la que le repartía siempre lo saludaba a su paso. Pero él estaba triste, o mejor dicho, él casi ni estaba.

Las últimas semanas se comportaba más raro que de costumbre. Yo lo sabía y lo notaba. El hecho de estar espalda contra espalda con él, el hecho de hablar todos los lunes de nuestros equipos de fútbol, el mío el Real Zaragoza, pues yo soy de allí y siempre será mi equipo y él del Alba, entonces en segunda pero con las miras puestas a ascender, el hecho de hablar un poquillo de nuestras cosillas, de los compañeros, de cómo es la vida cuando uno no está en su tierra, aunque yo jugase con ventaja...

Pocas veces le hablaba de mis enanos, y casi nunca de mi mujer. Para hablar de mis dos hijos estaban mis compañeras, todas ellas madres. Y tampoco hablábamos de nuestros barrios, entre otras cosas porque él siempre había hecho ese, el barrio 4 y yo en esos años había hecho todos, todos menos el suyo.

También hablábamos por correo electrónico. Recuerdo que ya una vez, tiempo atrás, él había estado faltando unos días. Creíamos que estaba enfermo e iba al médico, pero no lo sabíamos seguro. Un día me decidí a escribirle un correo y me dijo que ya todo estaba bien, que ya todo estaba solucionado. Me sentí tranquilo y reconfortado.
Pero en ese noviembre no, las cosas no iban bien. Yo, como siempre, me ofrecía para lo que hiciera falta, desde acompañarlo alguna tarde a pasear hasta lo que fuera. Una mañana me lo dijo:
- ¿Has leído mi correo?
- No, no me llegó ninguno ayer. - Contesté yo.
- Bueno, te mandaba algo... no nada en especial ¿pero de verdad que no lo has leído?
- No, hombre, no. Ya sabes que si lo hubiera leído algo te hubiera comentado.
- Ah, claro... - Su voz se apagó por un instante. Y titubeando me lo soltó - Pues te pedía dinero.
- ¿Dinero? Ah, vaya... pues de verdad que no me ha llegado nada.
- 200 Euros.
- Jo, pues no se cómo lo voy a hacer, no se donde está mi tarjeta y sin ella, claro, no puedo sacar dinero...
Casi no había acabado cuando él ya me cortó:
- Tranquilo, lo entiendo.
- No, Álvaro, no, que es verdad, pero la busco y quedamos a la salida del curro, a las 3.
Era cierto, mi tarjeta no sabía donde estaba y recordaba haberla dejado el día anterior entre mis cosas, encima de la mesa, a la vista de todos, mientras liquidaba los certificados. Fui malo, ahora se que fui malo, porque por un momento dudé de él. Es la inseguridad que provoca la fragilidad del ser humano. Cogí la moto y salí disparado hacia casa, aprovechando que era la hora del almuerzo. Recuerdo llegar a casa y estar mi madre tumbada en el sofá, había venido a cuidar del pequeñín, pachucho de la tripa, siendo que ella tampoco se encontraba bien ese día.
Subí corriendo a lo alto de la buhardilla lo más rápido que pude, encendí mi ordenador y mientras este arrancaba busqué la tarjeta, entre la duda y la obligación. La hallé. Me sentí mal. Me sentí injusto. Me sentí traidor y me dolió, me dolió no tanto por él, sino por mí mismo.

Al volver del almuerzo le dije que había ido a por la tarjeta, que ya la tenía y que si tantas veces me había ofrecido era para cumplirlo. También le dije que había leído el correo y le di gracias por confiar en mí, por tenerme como su compañero y amigo. Le dije que siguiera contando conmigo.

Las dudas siguieron estando hasta el momento de darle el dinero, en el fondo solo eran 200 euros, pero para una persona trabajadora, con niños e hipoteca, y sobre todo no acostumbrado a dejar y menos a pedir, era un complicado trago.
Se lo di, le dije que si se quería venir a comer algo conmigo, que invitaba yo, pero rechazó la invitación.
Al día siguiente el raro era yo. Pero poco a poco me fui relajando y pasó bien la jornada. Llegó el fin de semana y el lunes siguiente. Una compañera se acercó y le recordó que necesitaba el dinero prestado, que si ya había cobrado. ¡Vaya, no era yo su único "acreedor". Eso me asustó. Le pregunté y me dijo que al día siguiente nos lo daría, que solo éramos ella y yo. Tenía pedido el préstamo y ese martes se lo confirmaban, justo antes de salir de puente a su tierra, justo al día siguiente.

Aun me duele, me duele mucho. Sus ojos fuera de las órbitas, reventados de sangre, cristalinos, rotos por dentro. Había llegado tarde, cuando nunca lo había hecho. Se acercó a mí y me devolvió mi dinero.
- ¿Seguro que no lo necesitas aun?
Sus ojos se me clavaron. Su voz, pesada y rasgada parecía provenir del mismísimo demonio:
- Me han denegado el préstamo? No lo entiendo.
Ese día repitió varias veces que se iba a Albacete, pero que no sabía si volvería. Hablé poco, pero lo suficiente con él: Sabía que en mi casa tendría comida y teléfono para llamar a su madre.
Volvió, volvió durante unos días hasta los siguientes asuntos propios y ya no volvimos a saber de él.

No lo vi, pero lo se. Se que fue paseando hasta la playa. Anduvo, anduvo y meditó, anduvo y pensó, anduvo y casi se rindió. Se acercó a las rocas, desde lo alto lo miró, miró el acantilado y no tuvo miedo. En el último momento decidió vivir, reempezar su vida y ser feliz.
Pasaron muchos meses, no se, tal vez un año. Un día sucedió, llegó una postal:
Al amigo Jujosaro: Gracias por tu web, me ayudaste y ahora soy libre. Me va todo muy bien y soy feliz. Ven cuando quieras, solo tienes que preguntar por mí. Cuídate.
PD: Da saludos a los demás y otro beso fraternal a Merche.

La postal no era una típica imagen de ningún sitio conocido, de una iglesia, una playa o un monumento, no. Era una fotografía suya delante de un local cuyo rótulo versaba así: Casa el Albaceteño.
Nadie sabía como, pero se había montado un bar, en el pueblo de su amiga, y parecía muy feliz.
Tal vez yo tuve algo que ver, eso espero, pero me da igual, para mí fue un triunfo. Desde entonces y como antes, cada mes, en mi web se siguen viendo protestas, la protesta de jujosaro.net y por ello yo también soy feliz.

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